EL
DRAGON ZITO
(Pequeña
historia mitológica)
Manuelillo,
como le decían pese a sus años, pastaba sus cabras en la ladera
este de la serranía, cercano al antiguo poblado, de muy pocas casas
habitadas, semiderruidas, similar a los demás pueblos vecinos,
donde sólo quedaban los viejos, y los más viejos; ya que los hijos
y sus hijos, emigraban a las grandes ciudades en busca de otros
horizontes. Los jóvenes sólo de cuando en cuando llegaban un par de
días de visita, y muchos hasta se olvidaban de su origen montano.
Algún turista se desviaba de la carretera, para curiosear o
pernoctar en la montaña, comprar aromáticos quesos de la región y
tomar alguna foto del paisaje, incluyendo en lo posible a alguno de
estos olvidados aldeanos, ariscos y ceñudos; a los que consideraban
pintorescos, con sus cayados y sus vestimentas típicas.
Una
de sus cabras se apartó y debió subir difíciles y escarpados
senderos en su búsqueda. Alcanzó a verla cuando desaparecía detrás
de un matorral, y eso lo condujo a encontrar aquella gruta casi
invisible. Adentro encontró al animal, y vio, donde casi no llegaba
la claridad del día, que la cueva se ramificaba en pasadizos,
horadados en lo profundo de la caliza montaña, seguramente cavados
por filtraciones de miles y miles de años.
Lo
asustó un trueno apagado, surgido desde lo más profundo, seguido de
un resplandor y una olorosa bocanada de humo y detrás, como
empujando, una viva llamarada que por suerte no lo alcanzó, por
haberse quedado cerca de la entrada. La cabra disparó velozmente en
busca del grupo, balando despavorida, pero él no logró moverse, por
el terror y la sorpresa.
Otra
bocanada de humo y fuego, con un olor asfixiante; que se repitió dos
o tres veces más, hasta que pudo moverse y salir torpemente,
habiendo visto detrás un brillo lejano de escamas verdosas…
Él
mismo no podía creer lo que había visto. Rebobinaba y revivía esos
momentos y volvía la imagen escamada, monstruosa y gigantesca…
Caviló todo el regreso, volviendo con sus cabras. Se ensimismó y
taciturno evadió a sus vecinos, y hasta a su mujer, que lo encontró
desconocido… Temió haberse vuelto loco. Sabía de antiguas
historias de dragones, las que provenían todas de la antigüedad.
Mitos y leyendas. También él, como todos, le contó a sus hijos
aquellas leyendas. Hasta San Jorge abatió uno de ellos, con su
espada y la fuerza que le daba la fe.
De
la edad media perduran antiguas aventuras de valientes caballeros que
rescataron princesas, por ellas o por las recompensas que ofrecían
los reyes. Cientos de historias que desdibujadas y nebulosas, hoy nos
parecen risueñas, antes que inspirarnos miedo; porque sabemos que
son sólo eso: leyendas, antiquísimas leyendas.
En
una se habla de una doncella que nadie fue a rescatar, y el dragón
mismo la devolvió; por no soportar el mal genio que tenía, y parece
ser que tampoco era muy hermosa.
Pero
encontrarse hoy día con una experiencia de estas, ciertamente, movía
cualquier estantería, por más armada y sólida que estuviera.
Manolillo rechazó hasta la sopa de gallina con arvejas, que tanto le
gustaba, y que su santa mujer, tanto o más vieja que él; le preparó
para recuperarlo y que volviera a ser el de siempre. En cambio siguió
cavilante, y se sentó a la sombra del frondoso nogal, detrás de la
vieja casona, donde estuvo por horas.
Esa
misma tarde llegaron corriendo y gritando, dos niñas adolescentes
que vinieron de visita, de la ciudad donde estaban estudiando, a
pasar el fin de semana en la montaña, con sus abuelos; y que habían
salido temprano esa mañana, recorriendo senderos, trepando laderas,
jugando a que eran arriesgadas exploradoras.
Encontraron
la gruta e intentaron explorarla, pero juraban que un espantoso
dragón, les había lanzado llamaradas olorientas y atronadoras,
desde el interior profundo de la cueva. Que no lo habían visto bien,
pero juraban que era un dragón de carne y huesos…, y también de
escamas…y apagados brillos verdosos…
Si
bien nadie les creía, tanto insistieron que convulsionaron a los
cuarenta y tantos viejos que componían lo que quedaba de aquel
villorrio extremeño, más un par de vecinos de otro pueblo cercano
que llegaron en un auto desvencijado, buscando unas tejas usadas
para un arreglo. Ambas hablaban y gesticulaban al mismo tiempo,
repitiendo desaforadas, la misma historia, y surgían cada vez, más
y más detalles.
Coincidieron
en ir al momento al lugar, a ver qué es lo que las niñas habían
visto; aun que hubo una docena que eran escépticos y optaron por una
actitud francamente burlona.
_Coños.
A esta altura de los tiempos, no podeis creeros esto…_
_Que
como nos ven brutos, alguien nos está haciendo una broma…_
_Lo
que es yo no voy…, ni para que se me rían luego…
No
obstante, siguieron al fin a los demás hasta la gruta. Grutas en
esas sierras había más de una. Eran conocidísimas otras; pero ésta
era una de las tantas, que la montaña había ocultado, quizás por
siglos…
Antes
de llegar ya divisaban volutas de humo que escupía la ladera, y
lejanos retumbos, como desde adentro de la montaña. Algunos decían
que el suelo temblaba con cada trueno. Las niñas decididas, iban con
el grupo que encabezaba la gruesa hilera, deformada, porque cada uno
debía buscar apoyo en las piedras y en las matas, dado lo abrupta de
la ladera que iban rodeando.
Apenas
vadearon la puerta, sintieron el olor y llegaron una y otra vez, los
rugidos y las bocanadas de humo y fuego. Intentaron acercarse para
ver al dragón, si es que lo era; pero las llamaradas se lo impedían.
Luego se fueron espaciando y avanzada la tarde, sólo se repetían
muy de tanto en tanto. Hasta que hubo una larga pausa, y
cuidadosamente se fueron adentrando, más y más, hasta que en la
penumbra pudieron verlo, malamente; allí echado en el fondo de uno
de los pasajes, como si se hubiera quedado dormido. Si bien la luz
era escasa, se adivinaba una forma confusa, gigante, de monstruo
verdoso, escamado y gruñón, respirando ruidosamente, como con
dificultad.
Paralizados
por el asombro, se hacían señas uno a otros, que mantuvieran
silencio, quizás para observarlo sin que se despertara.
Esa
noche no durmió nadie, ya que de las cercanías se arrimaban a
cerciorarse, por los rumores que echaron a correr.
Al
día siguiente, centenares de curiosos se acercaron a la gruta, pero
todo estaba calmo y en silencio. Vecinos del pueblo se constituyeron
en guardianes de la cueva, cosa que nadie osara molestar, a lo que ya
habían adoptado como mascota, como un emblema, o un regalo, que
traía un nuevo significado a sus vidas montañesas.
En
los días sucesivos no dio señales de vida. Todo era silencio y
quietud.
En
las ciudades del pais, todo lo que provocaron fueron risas
socarronas. Los medios no le prestaron atención. Lo máximo, fue un
pequeño recuadro en una página interior, o un par de chistes en la
televisión. Esas aldeas ignorantes estaban llenas de leyendas, mitos
y supersticiones. En estos tiempos modernos la gente civilizada
estudiaba, tenía conocimientos y tecnología avanzada, colegios y
universidades…, estaban de vuelta de todas esas ridiculeces…
Nada
menos que un dragón…
Y
en estos tiempos…
Una
lujosa y veloz camioneta deportiva, llegó al pueblo al medio día, y
frenando bruscamente levantó una revoltosa nube de polvo; entre un
alboroto y plumas de gallinas, y cerdos rezongones que corrían en
zigzag, enloquecidos. Cinco muchachotes irrespetuosos y petulantes,
cargados de buena ingesta de cervezas, descendieron de un salto,
profiriendo gritos y carcajadas burlonas; entre una soez letanía,
sobre la tonta inocencia de estas gentes, de su ignorancia, de
llegar a creer semejantes cosas… ¡Pobres…!
Querían
conocer el lugar y ver la gruta con sus propios ojos…Luego
exagerar, seguramente, la ingenuidad de los montañeses; y cuanto
condimento se les ocurriera, para divertirse luego, en sus parrandas.
Llegaron
entre carcajadas y gritos a la gruta, irrumpieron en ella, y
avanzaron tanto como pudieron, metiéndose en los túneles y
pasadizos que encontraron, riéndose porque no había señales de
nada en absoluto. Si hubieran escuchado mejor habrían oído un
profundo murmullo entrecortado, como de la respiración de un
gigante. Rompieron algunas estalactitas y siempre a los gritos, las
arrojaban al fondo, provocativamente…
De
pronto surgieron el fogonazo y el trueno, que apenas alcanzaron a
percibirlo. Fue la llamarada esta vez, una verdadera tormenta de
fuego, que barrió literalmente a los incursores hasta fuera de la
gruta misma, y dos o tres de ellos, con las ropas en llamas, rodaron
cuesta abajo, entre zarzas y cadillos. Pero nada que lamentar; en la
rodada se apagaron las llamas, y los rasguños y moretones se
curarían luego en un par de semanas…
En
lo profundo de la gruta, mamá dragona, acariciaba mimosamente a su
“pequeño” Zito, que era toda su familia, desde que papá dragón
murió, joven todavía, a los dos mil y tantos años…
“-Ese
estornudo de recién, m’hijito, me dice que te volviste a resfriar…
“-No
debiste asomarte días atrás cuando tenías esa bendita tos, las
corrientes de aire suelen ser peligrosas en estas grutas tan húmedas,
máxime en niñitos como tú, ya que aún no cumpliste ni quinientos
años…-“
Y
desde entonces, nunca más volvieron a ver ni a escuchar nada que
diera vestigios de dragón alguno. Ni la gente del pueblo, que vieron
esfumarse aquella estrella fugaz, que pudo tener sabor a gloria; ni
el peregrinar de los curiosos que volvían decepcionados a sus pagos.
Mamá
dragona se mudó con su pequeño Zito, a otra cueva desconocida e
inaccesible, menos húmeda, donde no hubieran aquellas corrientes
perjudiciales.
FIN
Celso
H. Agretti
25/05/2009
Avellaneda,
Santa fe
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Raul