Niños de la calle
Beatriz Viviana Lacorte
DNI 16.863.962
Trabajo en una ONG que se ocupa de la recuperación de personas drogadependientes y alcohólicas. Desde hace más de seis años trato con ellos alrededor de 10 horas seis días de la semana.
Un domingo a la medianoche, tomé el colectivo de la línea 11 en la esquina de Av. Aristóbulo del Valle y Castelli. Allí mismo subieron dos menores, entre 12 y 15 años; su aspecto propio de chicos de la calle, hizo que el chofer los mirara con desconfianza y los tratara en consecuencia de ello. Estos dos chicos, al momento de subir comían un helado, no estaban drogados, y lo digo con seguridad.
Al subir al colectivo, estos niños-jóvenes-adolescentes, no tenían la cantidad de monedas necesarias para el pasaje de los dos, por lo que pidieron al resto de los pasajeros si les daban lo que les faltaba. Lo consiguieron y luego de pagar el boleto (no asaltaron a nadie, lo pidieron y se lo dieron), se sentaron atrás.
En el trayecto al centro no molestaron a nadie, salvo que sí rieron fuerte y gritaron a alguien que caminaba por la calle. Si pensamos en los jóvenes-adultos que a la madrugada vuelven de los boliches con el efecto gravísimo del alcohol y la droga consumida, y ni hablemos de los gritos, golpes, insultos y peligros a los que se exponen a sí mismos y a los demás los miembros de las barras los días de fútbol, tanto que se les proporcionan colectivos especiales: pueden romper y lastimar a su gusto.
Al llegar a la esquina de San Jerónimo y O. Gelabert, tocaron el timbre para bajar pero uno de ellos se demoraba, por lo que el conductor le gritó y el chico desde abajo lo insultó y arrojó un ladrillo hacia el coche; el colectivero frenó en el medio de las calle y bajó a buscarlo dejando el colectivo encendido; también lo hizo uno de los pasajeros, quien volvió limpiándose la mano. Desde arriba del coche vi esta escena: el niño sentado en el cordón de la vereda llorando, el chofer acercándose y dos policías de civil lo rodearon, uno de ellos lo levantó de la oreja y se lo pasó al otro que lo llevó hacia el edificio de la policía.
No pude soportar mirar semejante acto criminal ante un niño, bajé del colectivo y le grité al policía que dejara de golpearlo.
El señor policía se justificó amablemente, “el chofer dijo que tenían un fierro...”. ¡Mentira! -le dije- yo venía como pasajera y no fue así, y aunque el chico tiró un ladrillo y eso está mal no hay motivo para tal violencia.
Cometí un gravísimo error: me fui de ahí y no exigí que alguien se hiciera presente para preservar al niño y asegurarle que pasara la noche en un lugar seguro. Hoy siento vergüenza propia y ajena.
Tenemos como conductor de colectivo a una persona que trata mal a un pasajero porque es menor de la calle que no lastimó a nadie, pero sí lo insultó. Tenemos a policías que ante la palabra de un adulto poco responsable, agrede a un niño que tiene una contextura física menor a la mitad de su tamaño. Este adolescente hizo algo incorrecto. Merece un castigo, pero ese castigo debe ser proporcional a la falta cometida y jamás nadie debe usar la violencia para castigar al vulnerable.
Siento vergüenza y dolor. Esta es la sociedad en la que vivo y siendo parte de ella soy responsable de todas las veces en que esto sucedió y no hice nada para cambiarlo.
Comparto con todos el miedo, la inseguridad, la incertidumbre de una sociedad que teme a sus niños, pero que, en ocasiones como ésta, potencia una violencia que genera más miedo y dolor.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario. En la brevedad será revisado y contestado.
Raul