Crónica política
Cris...Cris...Cristina
Por Rogelio Alaniz
“Llegará lejos porque cree en lo que dice.” Conde de Mirabeau
El problema de la presidente es que no cree y no sabe. No cree en las banderas que reivindica y no sabe aquello que un jefe de Estado no puede dejar de saber. Esa ignorancia, agravada por una soberbia que me animaría a calificar de ingenua, explica sus errores y torpezas.
A su manera, es inocente. Su inocencia, en este caso, se confunde con la torpeza y, curiosamente, todo ello opera como una suerte de sinceramiento, de revelación de la verdad por el camino menos previsto. El problema de Cristina -uno de sus problemas-, es el lenguaje. Ella supone que lo controla, y en realidad es prisionera de él. No hay por qué sorprenderse. A nadie se le puede reclamar que sea cuidadoso con el lenguaje en temas que ignora, no entiende y, en más de un caso, no le importan o los desprecia.
Hace unos meses la señora construyó una metáfora entre los desaparecidos y el fútbol. Es libre de hacerlo. Del mismo modo que yo soy libre de decir que lo suyo es una falta de respeto a los desaparecidos, evaluación que me permito hacer de comedido porque quien debería hacerlo, Hebe de Bonafini, no la realiza porque está muy bien rentada por quienes practican esas abominables licencias verbales con la memoria de los desaparecidos.
Para que nadie suponga que la presidente cometió un desliz, un error tolerable en quien, como le dijera un niño, vive en la televisión, esta semana dijo que si fuera un genio haría desaparecer a personas que la molestan.
Lo que se dice, un rasgo de humor británico. Desde la más alta magistratura de la Nación se recurre alegremente a la palabra “desaparecer” para hacer un chiste, una broma. El episodio ocurre además en la Biblioteca Nacional. Todo un símbolo, no sólo por el lugar sino también por la investidura de quien improvisa tan delicada ocurrencia.
Horacio González, el actual director de la Biblioteca, el hombre que ocupa el cargo que en su momento ejercieran Groussac y Borges, seguramente tendrá algo para decir. Conociendo el paño, el hombre probablemente teorice acerca del talento de los dirigentes populistas para construir una singular puesta en escena que permita mantener vigente la representación simbólica del terrorismo de Estado. En estos temas, nada mejor que un intelectual cortesano para justificar el poder, el cargo y el sueldo.
Para tener una idea aproximada de la dimensión de las palabras, pensemos por un momento qué habría pasado en la Argentina si palabras parecidas hubieran sido empleadas por Cobos, Carrió, Macri o algún dirigente opositor. A esta altura no sólo se habrían producido movilizaciones y escraches, sino denuncias en la Justicia y en los organismos internacionales pidiendo la destitución, cuando no la cárcel, para quien de manera tan irrespetuosa y siniestra se hubiese burlado de la memoria de los desaparecidos.
¿Exagero? Tal vez un poco, pero no mucho. Me parece escuchar las objeciones. Se dirá -por ejemplo- que la presidente hizo un chiste. Los argentinos algo sabemos del refinado sentido del humor de la señora Cristina. Creo que no es necesario recurrir a Freud y a su trabajo revelador sobre las relaciones entre el humor y el inconsciente para explicar su conducta.
Seamos sinceros. El sentido de humor de la señora es menos cero. Basta con escucharla hablar, basta con prestar atención a sus expresiones, incluso a sus abundantes y visibles rictus, para resignarse a aceptar que no es el humor el que le dicta las frases sino su ideología o aquellas íntimas y profundas convicciones que ni siquiera la hipocresía y la especulación política pueden llegar a disimular.
Digamos que lo que sucedió esta semana ya no se lo puede atribuir a un lapsus. Por el contrario, hay buenos motivos pasa sospechar que por el camino del inconsciente la presidente revela su verdadero pensamiento o, por lo menos, expresa aquello que no cree y no sabe.
Repasemos. Cuando recién se inició el conflicto del campo la presidente atacó al dibujante Hermenegildo Sábat. Se necesita ser una ignorante absoluta de lo que ocurre en el universo del progresismo y de la izquierda en general para cometer semejante error. Se necesita no haber mirado al descuido, aunque más no sea al descuido, las revistas Crisis y Primera Plana o el diario La Opinión, para tomarse semejante licencia.
En realidad no habría nada que reprocharle. Después de todo, la presidente no tiene la obligación de saber quién es Sábat y qué pasa en la sensibilidad de la gente que llora y recuerda a sus desaparecidos. Estos problemas se presentan cuando se asumen roles que no se creen y no se conocen. Para los Kirchner el progresismo posee un valor estrictamente instrumental. Nunca han creído ni están dispuestos a creer en la filosofía de los derechos humanos y en las causas solidarias. Por estrictas razones de conveniencia política han comprado el paquete del progresismo, pero cada vez que tienen que ponerse a prueba meten la pata o dicen lo que efectivamente piensan.
Ocurre que nadie puede estar todo el día simulando lo que no es. Así como el nuevo rico se pone en evidencia cada vez que pretende disfrazarse de aristócrata porque carece de “la educación sentimental” que sólo se puede obtener perteneciendo a esa clase, a los Kirchner siempre se les escapa su condición de advenedizos en el mundo del progresismo.
Decía que la presidente no cree pero tampoco sabe. Supone que hablar sin papel es un paradigma de cultura cuando ya sabemos que cualquier charlatán de feria, y cualquier idiota, puede dominar el arte de pronunciar palabras cargadas “de sonidos y de furias”. La sabiduría política de la presidente pertenece a la cultura del maquillaje. Si con pinturas, afeites y tratamientos faciales pretende derrotar el irrevocable paso del tiempo, a través de una oratoria cargada de lugares comunes, significados insignificantes, construcciones monumentales de la obviedad, intenta tapar un abismo profundo y oscuro de ignorancia. Ocurre que la ostentación es siempre vulgar y mentirosa. La ostentación de ropas caras y la ostentación de ideas pretenciosas mal expresadas y peor formuladas suele ser el recurso de los tramposos, los déspotas y, muchas veces, de los tontos o las tontas.
¿Exagero? Para nada. Sólo una vez pude conversar con la señora Cristina, es decir, hacerle unas preguntas en una improvisada conferencia de prensa que se celebró en el Consejo Superior de la UNL y luego fue publicada en El Litoral el 27 de agosto del 2003. La señora, entonces, era senadora no recuerdo si de Santa Cruz o Buenos Aires, (para los ciudadanos y para los instituciones esa diferencia es importante, pero no para ella y su marido). Recuerdo que inició su exposición hablando con su inevitable tono crispado y en un momento pontificó: “Como dijo Dostoievski: pinta tu aldea y serás universal”. Cuando me tocó hacer la pregunta le observé que la frase pertenecía a Tolstoi. ¿Por qué lo hice? De maula y sotreta que soy. O para darme el gusto. O de gorila y cipayo.
Hasta acá todo bien. Cualquiera puede equivocarse en una cita. En una, pero no en tres y en menos de dos minutos. Veamos. Acto seguido retomó el discurso con las correspondientes citas: “Como dijo Perón: los pueblos tienen los gobiernos que se merecen; pero yo digo; los pueblos tienen los gobiernos que se le parecen”. Cero y a marzo. La frase atribuida a Perón es de Joseph de Maistre, un filósofo que seguramente Perón admiraba. Y la frase atribuida a ella misma es de André Malraux. Recuerdo que en voz baja le dije a un colega: “Una peronista ortodoxa de la primera hora”. No podía calificarse de otra manera a quien en menos de cinco minutos confundía a Tolstoi con Dostoieviski, le atribuía a Perón consignas que no le pertenecían, o se atribuía a sí misma frases dichas por otro. Sólo la dirigente de un movimiento político que nació a la vida pública con la consigna “Alpargatas sí, libros no” podía permitirse el lujo de cometer tres errores en tres minutos dentro de un recinto universitario.
Insisto, la presidente no sabe y no cree. No sabe, porque lo suyo no es la ausencia de lecturas importantes, sino la ausencia de sabiduría, esa sabiduría o esa grandeza que debe estar presente en todo estadista. Y no cree, porque en política se cree en grandes causas o no se cree en nada. Y ella, a lo sumo, cree en su mezquino destino personal. O en la generosa cuenta corriente de su marido.
“Llegará lejos porque cree en lo que dice” dicen que dijo el conde de Mirabeau cuando lo escuchó hablar por primera vez a Maximiliano Robespierre. Como en la Argentina, el populismo ha invertido todo, la sentencia se aplica al revés. Los Kirchner llegaron lejos sin creer en lo que dicen. No es la primera vez que ocurre. Menem también llegó lejos. Y Lastiri, Isabel y López Rega, más lejos aún.
Si palabras parecidas hubieran sido empleadas por Cobos, Carrió, Macri o algún dirigente opositor... se habrían producido movilizaciones, escraches y denuncias en la Justicia.
Esto lo decía Rogelio Alaniz en Diario El Litoral de Santa fe en 2010